Observatorio

Pau Ramos
2 min readMay 21, 2019

La niebla cubría la ciudad. Cada vez se veía menos. Parecía un paisaje pintado con acuarelas, donde capas y capas de pigmento gris se comían todo a su paso. Cada vez que levantaba la mirada, se agregaba una capa más a la hoja urbana. Claustrofobia. Finalmente, la niebla lo cubrió todo y hubo un silencio visual en mi cabeza. Fue la primera vez que los pensamientos dejaron de doler.

Miré el celular. La cerveza ya estaba tibia y no tenia el mismo impacto que hace unos minutos. Pero la estiré como a un chicle. Quería combinar los momentos. Seguí leyendo el libro que había llevado, sin saborear demasiado las palabras llenas de intriga. Dudaba si el horario era correcto. La noche era inmensa y pecosa, pero también huérfana. A las 20:49 me indicaba la página de internet que revisé. Así fue. Cerré mi libro, tomé el último sorbo de espuma alcohólica y miré como se iluminaba el río de un rojo tenue. Primero, se asomó tímidamente la punta de la luna. Luego, se dejó ver completa, como si fanfarroneara de su tremendo tamaño. Me fui caminando en dirección contraria pero, cada ciertos pasos, miraba hacia atrás para no olvidar que siempre está ahí aunque no la veamos.

Se levantó un poco de viento y por eso me até el pelo. La charla estaba entretenida y las risas de color intenso nos hacían olvidar por un rato que éramos dos desconocidos. En un momento miré para su lado y vi un flash. Nos preguntamos si alguien había sacado una foto o era un relámpago. Después de esa pregunta cliché, vimos en la oscuridad cómo el frente de tormenta se acercaba poco a poco y empezó a caer apenas un puñado de gotas. Me preguntó si le tenía miedo a las tormentas. Si supiera la cantidad de lluvia que lavó mi vida. Le dije que no, que nunca le tuve miedo.

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Pau Ramos

Diseñadora e ilustradora imperfecta. Pichona de escritora. Soy una mezcla rara de rubros incompatibles.